Una mañana de
verano pesada y lluviosa, la señora Delia, que vivía en un caserón a dos
cuadras de mi casa, me llamó para que le arreglase un caño que no dejaba de gotear
en su cocina. Yo, músico y poeta inspirado, para ella no era más que un
desempleado al que siempre le venía bien un trabajito. Así que fui, no tanto
por el dinero, sino por dar una mano, por el simple hecho de ayudar.
La señora
Delia me recibió consternada por lo que le ocurría.
_Agua afuera,
agua adentro, ¿a usted le parece?
El interior de
la casa olía a gallinero, y Delia, ciertamente, parecía una bataraza con
gruesos lentes. Me entristecía tanto su presencia, que el solo hecho de verla,
borraba mi habitual sonrisa como si jamás hubiese existido. Era como estar
viendo el final de todo. Un final absurdo y sin sentido.
Corté la llave
maestra y me dispuse a chequear los tramos afectados. La señora Delia me miraba
con las manos en la cintura.
_Qué bueno que
vino a pesar de la lluvia, le agradezco Juan. Usted es un buen muchacho.
Porque si era por el vago este que está ahí en la pieza, iba a terminar con el
agua al cuello.
La miré
extrañado, porque según tenía entendido, vivía sola. Pero una voz desde el
cuarto más cercano me demostró lo contrario. Parecía un hombre mayor y se
quejaba entre balbuceos.
_¡Calláte
querés!_ Dijo la voz desde el cuarto.
Inmediatamente
pensé que se trataba de su marido, y que al parecer era muy anciano y por eso
no se lo veía nunca por la calle.
_¡No me hables
así! ¿Qué va a pensar Juan?
Sin intenciones
de saber más del asunto me enfrasqué en mi tarea y dejé que se refunfuñaran
entre ellos. Debía reemplazar un caño y reforzar las juntas, así que tenía que
romper la pared alrededor para sacarlo.
Comencé a
martillar con el cincel sobre el revoque y mis golpes fueron acompañados por
otra queja del viejo desde la pieza.
_¡Delia,
quiero dormir y así no puedo pegar un ojo!
Delia caminó
hacia la pieza con paso decidido y cerró la puerta detrás con fuerza.
Afuera el
aguacero había cesado pero el sol no aparecía. El calor volvió a ser sofocante
y el opresivo clima interior tornaba el aire irrespirable. La casa era una de
esas casas antiguas con galería lateral. Desde donde yo estaba, podía ver afuera una
mesa de tablones repleta de macetas con plantas y flores. En ese momento Delia
salió al patio con paso dubitativo, como si no quisiera molestar con su
presencia. Fingí no verla y continué removiendo el revoque intentando ser
prolijo para no causar daños mayores en la cocina que, sin dudas, debía ser el
ambiente más usado de la casa. Pero segundos después, desde la habitación el
viejo comenzó a balbucear de nuevo y esta vez, las palabras estaban dirigidas a
mí.
_Juan, usted
trabaje tranquilo que no molesta. Es esa vieja la que me molesta. Además me
echa en cara que yo no hago nada por la casa, pero le aseguro que no estoy en
condiciones de hacer nada, y eso ella lo sabe muy bien. Lo que pasa es que está
loca.
La voz del
viejo me confundía por momentos. Había algo raro en su dicción. Extrañamente,
las letras “t” sonaban como la “c”, y las “m” como una especie de “g” blanda.
Contesté con un leve gruñido, dando a entender que no me interesaba en sus
asuntos, pero él siguió.
_Un día de
estos, de alguna manera me las voy a arreglar para deshacerme de esa. Esto no
es vida.
La depresiva
silueta de Delia volvió a dibujarse en la cocina. Ahora su rostro se hallaba
como encendido con una especie de sonrisa juguetona. Dejé lo que estaba
haciendo y la miré.
_Victor,
¿usted sabe quién soy? _dijo Delia.
_Me toma por
sorpresa. Sólo sé su nombre y donde vive. Como a la mayoría de los vecinos de
por acá_ contesté intentando conservar la calma.
_Yo soy la
viuda de Master, ¿Se acuerda?
_... ¡Ah! El ventrílocuo
de Master y Tony...
_Ese, ¿usted
lo conoció?.
_Personalmente
no, sólo por la tele.
_Mire, yo lo
llamé no sólo por el caño, sino por algo más importante. ¿Sabe? Necesito ayuda,
y usted me la puede dar. Porque alguien tiene que ver lo que está pasando y
ayudarme.
_Cálmese
señora, ¿qué le está pasando?
_Es Tony… no
me deja en paz. Usted lo oyó. Me gruñe todo el día. Desde que mi marido murió,
no hace otra cosa que hacerme la vida imposible y ya no aguanto más. Esto es un
infierno. Ese muñeco me habla día y noche para volverme loca. Eso es lo que
quiere, volverme loca. Usted lo escuchó hace un rato no más. Venga, mire.
Yo no quería
hacerlo. No quería acompañarla, pero sin embargo lo hice. Abrió la puerta de la
habitación y me invitó a pasar. Encendió la luz y comprobé consternado que allí
no había nadie. Delia me señaló un estuche grande en un rincón. Se inclinó como
pudo y lo abrió con suavidad, como si no quisiera molestar.
Los ojos
abiertos de par en par de Tony, el mismo que había visto en la tele miles de
veces en mi niñez, se clavaron en los míos y temí por mi vida. El trajecito a
rayas, el moño rojo, las pecas, y el pelo rubio de paja, estaban tal cual lo
recordaba. Pensé que se trataba de una broma, miré de soslayo detrás del
armario; sospechaba que alguien se escondía en esa habitación. Sabía muy bien que
Master había fallecido hacía muchos años, pero no descartaba una broma de algún
amigo de esos que nunca faltan. Pero ahí no había nadie. No podía ser. Yo había
escuchado a alguien quejándose amargamente hacía un rato no más.
Delia me
miraba entre divertida y angustiada. Se frotaba las manos.
_Ese muñeco me
habla. ¿Usted lo oyó?
Volví a mirar
dentro del estuche forrado con terciopelo azul, justo para ver a Tony parpadear
serenamente. Corrí hasta la puerta de la habitación de un salto, mientras las
manos de Delia intentaban detenerme agarrándome de los brazos. Estaba aterrado.
Un grito estalló en mi garganta cuando escuché el sonido de esa voz que salía
del estuche y exclamaba su latiguillo favorito. “¡Uy! ¿Qué susto, eh? ¡Ja!”
Corrí bajo la
lluvia torrencial hasta mi casa y jamás volví a lo de Delia, ni siquiera a
buscar mis herramientas. Hace unos meses me enteré que falleció, y que unos
familiares pusieron la casa en venta. Los muebles y las cosas de valor van a
ser rematados esta semana. Se me hiela la sangre de solo pensar que el viejo
Tony, en su estuche forrado de terciopelo azul, sin duda alguna va a ser una de las
piezas más codiciadas por los coleccionistas.
Eugenio J. Cáceres
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