domingo, 19 de septiembre de 2010

DE LA INVOCACIÓN DEL SANTO ÁNGEL DE LA GUARDA

2:32 AM

Es el veintitrés de julio del año de la bestia, la noche es favorable; clara y estrellada. La luna está en el cuarto creciente.
Ya he trazado el círculo en el suelo de esta habitación y en el altar, las velas encendidas junto con el humo de los inciensos y perfumes, mantienen fuerte mi voluntad. He bendecido el agua con el cetro, el aire con la espada, la tierra con el pentáculo y el fuego en el tetragramatón. Voy a dar comienzo a la invocación del Santo Ángel de la guarda.
Soy Cristian Nous; gran adepto de la Antigua Escuela de todos los Magos; iniciado en los misterios de la Rosa y de la CruzEsta fecha es por demás especial para realizar una operación mágica como esta. Hoy los adeptos de las órdenes iniciáticas de todo el mundo, están reunidos bajo el cielo abierto esperando una señal. Esta noche, el sol que está detrás del sol se hace visible en el cielo nocturno y en la pirámide de Keops, su luz entra por un pequeño orificio cerca de la cima y penetra por un largo conducto que desciende hasta la misma cámara del rey, iluminándola con tenues tintes violáceos. Esta noche en una primitiva tribu de Malí, los sacerdotes celebran un ritual secreto, tan antiguo que se pierde en las oscuras aguas del tiempo. Dibujan con una rama sobre la tierra un extraño símbolo y esperan la conexión con determinadas inteligencias procedentes de la estrella Alfa del Can mayor.
Esa estrella es Sirio.



Nuestra Señora del Espacio

    Hoy, después de haber realizado las hazañas más increíbles, sé que lo imposible es posible y que la voluntad del hombre es lo más poderoso que existe sobre la Tierra. He viajado fuera de mi cuerpo desde muy temprana edad. He presenciado el fuego que arde en el interior de todas las cosas. Mis ojos vieron la miríada de mundos que nos atraviesan como planeta y como seres humanos, y he conocido criaturas o entidades de todos esos planos de existencia.
    La alta magia ceremonial es un arte solitario. Los momentos de terror y de gloria, se viven en la más absoluta intimidad. Mis asistentes, con los cuales he mantenido una relación simbiótica a través del tiempo, son mi única compañía. Pero no son humanos, son seres que proceden de los más recónditos sitios del universo. Tales entidades, al trasladarse al plano material entran en la categoría de apariciones, aunque en sus respectivos mundos son tan reales como lo son nuestra carne y nuestros huesos en este. Se presentan por su cuenta siempre que estoy operando en estas artes. Algunas me ayudan y me aconsejan, otras simplemente molestan.
   Unas entidades son frías y cortan el aire como un cuchillo, otras pueden ser gelatinosas o sin consistencia en absoluto. Las hay lánguidas y poderosas, embriagantes e indiferentes, pero hay una en especial que embellece desde lo más íntimo hasta lo infinito. Nunca en todos estos años dedicados a la alta magia, había conocido una entidad tan exuberante como lo es Nuestra Señora del Espacio.
   Los grandes hierofantes de la antigüedad la conocieron y se refirieron a ella de distintas maneras. Le llamaron Venus, Céres, Astarté, Nuit en Egipto, Vishnu en la India y María en occidente. Su nombre es lo de menos, lo que importa es que esa entidad posee una conciencia cósmica inconmensurable, pero sin embargo es capaz de interesarse en un simple e insignificante ser humano.
   Todo comenzó con un desafío que lanzaba el viejo Aleister en uno de sus libros. Decía que todo aquél que sienta la necesidad de desentrañar los secretos de la alta magia ceremonial, debería intentar la invocación del Santo Ángel de la Guarda. Para el viejo, este era el principal objetivo de todos y aseguraba que después de lograrlo, uno entraba en un estado de éxtasis permanente.
   No hizo falta nada más, si Crowley lo afirmaba, yo estaba dispuesto a aceptar el desafío que, según tengo entendido, llevó a la muerte a más de un iniciado. Pero mi entusiasmo era mucho más fuerte que cualquier indicio de prudencia y con el ímpetu que me daban mis anteriores resultados obtenidos siguiendo sus enseñanzas, no tenía modo de fallar.
Siguiendo sus métodos tuve mis primeras experiencias dentro del arte de la invocación y la evocación de entidades. En un principio sólo se logra la aparición de entidades menores un tanto grotescas, pero a medida que las prácticas incrementan la autoridad en el mago, este es capaz de logros cada vez más grandes. Es entonces cuando se da cuenta de que está solo ante lo inconcebible, porque todo lo que se ha escrito desde Salomón hasta nuestros días, no es más que un pequeño vistazo de lo que nos espera ahí nomas, afuera del circulo mágico.
Se han confeccionado infinidad de listas de espíritus con sus atributos, entidades menores y mayores, potencias infernales y celestiales con el número exacto de componentes en sus respectivos ejércitos, grimorios interminables, etc. Pero todos estos intentos se quedan ostensiblemente en el  camino cuando echamos un vistazo del otro lado.
Me dediqué durante varios meses a las innumerables tareas de preparación. Me serví de gnomos, elfos, ondinas, salamandras como ayudantes, hasta que un día apareció ante mis ojos la más hermosa de todas las entidades que jamás haya conocido. Era ella, Nuestra Señora del Espacio.
No podía creer lo que estaba viendo, su presencia destruía por completo todo lo humanamente imaginable. El cuarto o mejor dicho, los límites del cuarto desaparecieron, sólo quedó el círculo mágico, dentro del cual me encontraba, y más allá, en el aire, el altar con sus velas y perfumes ardiendo como en una visión aparte. Ella atravesaba el mundo desde las profundidades hasta rozar con sus magníficos cabellos la cúpula del cielo nocturno.
En un primer momento pensé que moriría allí mismo, no sabía si se podía salir vivo de una manifestación de tal magnitud. A decir verdad, no me hubiera importado morir en ese momento.
Los segundos pasaron como si fueran siglos mientras apreciaba toda su belleza. Después de esa eternidad, ella se inclinó hacia mí, curvándose con auténtica gracia y me atrapó en su mirada. No habló, pero mi corazón entendió que podía contar con ella. Lo que sucedió a continuación todavía no lo entiendo. Fui transportado a los confines del universo y viví innumerables vidas desde la cuna hasta la tumba.   
Tiempo después leyendo a Eliphas Levi, comprendí que Nuestra Señora del Espacio al dirigir su mirada hacia mí, estaba ofreciéndome su ayuda como lo hacían las demás entidades. Ese gesto significaba que estaba al tanto de mis esfuerzos y que simpatizaba con mi causa. Contaba con su invaluable protección para mi invocación al Santo Ángel de la Guarda.



El Que Habita En El Umbral

Por aquellos días, ya casi podía paladear ese éxtasis permanente del que hablaba Crowley. El momento presente se elevaba a límites insospechados. Viví con intensidad la gracia plena del verdadero conocimiento y fui testigo de la relatividad del tiempo y del espacio. Pero no todo eran esplendores, las barreras habían caído y con ellas la protección que nos ampara a todos los seres humanos de ciertas presencias. Esas barreras aunque nos mantienen en una gris ignorancia, también protegen a la razón de los terribles embates de lo espiritual, donde habitan fuerzas malignas tan antiguas como el mismo ser humano.  
  Mi primer experiencia desagradable me tomó desprevenido justo cuando creía tener todo bajo control. En medio de un sueño se presentó una entidad en forma de lobo con alas de grifo. No se identificó y desafiando mi autoridad, me atacó con ferocidad bestial seccionando a dentelladas mi cuerpo astral en varias partes. Después raptó mi alma y la encerró en la peor de las cárceles. Mi alma fue encadenada sin piedad en los bajos fondos de uno de los más asqueantes mundos infiernos.
  Durante más de un año, mi vida en la vigilia se transformó en una pesadilla; sufriendo frecuentes ataques de pánico y enfermedades de origen desconocido.
  Desesperado decidí recurrir a la infinita sabiduría de Nuestra Señora, pero aunque clamaba con fervor por su presencia, no aparecía. Aquella vez, lo había hecho por su cuenta y al parecer no existía ningún método preciso para su invocación. Busqué en las más antiguas bibliotecas, consulté los libros más sagrados, hablé con sacerdotes católicos y protestantes, franciscanos y jesuitas, pero no supieron orientarme. Ellos se limitaron a disuadirme de continuar con mis prácticas a las que llamaron nigromantes y me dijeron que aunque la Virgen se les había aparecido a varias personas a lo largo de la historia, nunca se aparecería ante alguien como yo. A decir verdad, algunos me tomaron por loco, pero otros apenas si podían ocultar la envidia que les provocaban mis relatos. En mi interior supe que para ellos ver algo así era imposible, en cambio para mí era parte de la práctica a la que me dedicaba a diario desde hacia tantos años, como los que ellos llevaban rezándole a algo que no conocían.
 Las noches eran un calvario. Cuando por fin el cansancio me vencía, entraba directamente en esa prisión, allá en el averno donde la densidad de la materia es varias veces mayor que en este mundo. Tengo aún grabados en mi mente los espantosos tormentos y las terribles vejaciones. Allí conocí la fuente de todos los males de este mundo y vi todo lo que se esconde detrás de las puertas de la materia. Allí, el frío extremo, el calor agobiante, el dolor y el hambre eran lo común, y los estados de ánimo se volvían insoportablemente físicos.
Sabía que mi vida estaba perdida, pero por alguna razón no desistía en mis intentos, aún en esas profundidades, de invocar la presencia y la protección de Nuestra Señora. Recuerdo haber gritado de desesperación al cielo infestado de vapores, ante las burlas de los demás infelices que corrían mi misma suerte. Pero una noche entre otras tantas, mi voz traspasó los sólidos barrotes, franqueó las gruesas capas de materia y llegó hasta sus piadosos oídos. Mientras mi cuerpo yacía en mis aposentos, separado de mi alma por la crueldad de esas oscuras criaturas, sentí su inconfundible presencia en mi habitación. Clamé por ayuda desde aquél infierno y en ese momento se desató un feroz remolino de viento que espantó a las ignominiosas bestias que corrieron despavoridas hacia otras profundidades. Quedé solo en medio de aquella increíble tormenta de aguas servidas, fango e insectos que me golpeaban con sus duros caparazones.
Desperté ya sin miedo, mientras un dulce susurro me apaciguaba. No tenía dudas, ese susurro era la voz de Nuestra Señora y aunque no la podía ver, mis ojos la buscaban arriba, en línea recta sobre mi cabeza.
Ella me habló dulcemente largo rato. Entendí que había caído en el dominio de las huestes del que habita en el umbral y que hasta el momento, sólo había experimentado la malicia de uno de sus sirvientes menores. Me dijo que el fantasma es quién impide al ser humano, el encuentro con el ángel de la guarda.




 La Noche Más Oscura
       
Esta noche es la indicada. Después de siete largos días de constante vigilia, estoy preparado para encarar esta operación. La vigilia me sirvió para evitar cualquier ataque sorpresivo. En los sueños, mantuve mi conciencia despierta todo el tiempo, alerta ante los más insignificantes signos.
Voy a poner en práctica todas mis habilidades como mago, voy a tomar al fantasma por sorpresa en una maniobra suicida que puso en práctica el abate Alphonso Luis Constant cuando se vio en la misma encrucijada en la que me encuentro ahora. 
Recito la oración de la Luna y menciono los nombres terribles. Las velas distorsionan los contornos de las cosas y las lúgubres sombras hacen descender la temperatura mientras desde lo alto, siento la presencia de unos ojos fijos en mí. El círculo abandona las dos dimensiones y se transforma en una estructura tubular que me envuelve y se proyecta hacia arriba y hacia abajo indefinidamente. Desde las profundidades, más allá del piso de mi habitación, oigo un estertor grave y continuo que amortigua los lamentos que ascienden hacia mí. Son los lamentos de los muertos de todas las épocas que yacen allí para siempre.
Conjuro a los elementales para que me asistan y me encomiendo a Nuestra Señora.
La invocación está en marcha.
Los ojos que me miran allá arriba descienden lentamente y se ubican frente a mí. Poco a poco veo una figura rojiza que se materializa alrededor. Sólo entonces puedo adivinar el enorme cuerpo. Es el fantasma del umbral. La visión es aterradora y su poder es envolvente. Siento en un solo golpe toda las pasiones desatarse en mí. Predomina un terror sin nombre que me paraliza mientras mi alma se debate entre todo tipo de voluptuosidades. Siento deseos de matar por alguna causa verdadera y si es posible también morir por ella. Mis pasiones se desbordan en inenarrables escenas plagadas de lujuria, y caigo en la más oscura dispersión. El fantasma está ganando la batalla. Necesito tentarlo con algo más fuerte. Para un ser como ese no hay nada más codiciado que la posibilidad de experimentar, aunque más no sea por un momento, las sofisticadas sensaciones de la vida a través de un cuerpo humano.
Es hora de intentar la maniobra más osada. Voy a ofrecerle mi cuerpo, voy a incorporarlo. No me queda más opción si quiero tener otra vez el poder de mi lado. Se trata de la más peligrosa y baja forma de prostitución. Con esta práctica quizás me gane el infierno por derecho propio para siempre. Los médiums saben que para incorporar una entidad como el ente del umbral hay que ser un espíritu de la más baja calaña, de lo contrario su densidad tritura el cuerpo por dentro hasta causar la muerte. Algunas tribus africanas, como así también en el altiplano boliviano, incorporan al ente y salen vivos de la experiencia, pero para lograrlo, el médium antes tiene que haber matado a más de una persona y haber traicionado  por lo menos a un Dios.
Yo no reúno ninguna de esas condiciones, pero la maniobra requiere que ponga en juego mi vida y la libertad de mi alma. A través de mi glándula hipófisis abro un vórtice magnético de atracción poderoso que hace estremecer de ansiedad al fantasma. Lo invito a despojar mi conciencia con sumisión suicida, mientras él me clava su maligna mirada. 
Se apagan todas las velas en el cuarto. Siento la incertidumbre antes del final. El ente bestial se arroja dentro del círculo para ultrajarme, extiendo mi mano derecha hacia él apuntándolo con el índice, el mayor y el pulgar, en un gesto poderoso, a la vez que con la izquierda protejo la zona de mi ombligo donde nace el cordón de plata, y digo el conjuro de Júpiter. Mi mano extendida se hunde en la obscena masa de su cuerpo y siento un hormigueo eléctrico, asqueroso. Mi voz me traiciona y no soy capaz de terminar de vocalizar las palabras sagradas. Estoy perdido, sólo puedo balbucear a los gritos, como un sordomudo.
Entonces, con cristalina claridad, una voz femenina comienza a recitar las palabras del conjuro; es ella, ha acudido en mi ayuda. El ente se detiene en plena embestida y su mirada adquiere una repentina condición humana, hace una reverencia y con un majestuoso ademán vuelve su espalda hacia mí. Y allí, en su espalda, aparece victorioso y radiante, el verdadero frente de su ser; he cruzado el umbral, estoy ante la bienaventurada presencia del Santo Ángel de la Guarda.







                                                      Eugenio Javíer Cáceres