domingo, 26 de enero de 2014

"911"





911






Despierto sentado en esta escalera al pie de una puerta color óxido. No recuerdo nada. Parece ser el lado de atrás de algo. Todo indica que debo haber tomado alguna droga de diseño con capacidad de extrapolación espaciotemporal incluida entre sus efectos. Enfrente, detrás de lo que parecen depósitos abandonados a medio construir, un gigantesco edificio con forma de hongo da la sensación de querer techar esta parte de la ciudad. Está lleno de ventanas; de esas con cortinas de rollo de departamento barato. La pregunta dónde estoy, se impone a otra que debería ser la principal pero que sin embargo me niego a formular y es ¿Quién soy?
No recuerdo ni siquiera qué me despertó, o si estuve realmente dormido. Que estaba inconsciente, eso es claro. Y aún sigo en ese estado, con la única diferencia de que se me abrieron los ojos y ahora percibo. Percibo luz diurna en un cielo uniforme y gris plomo. Percibo mucha actividad en ese edificio, porque tiene pasillos exteriores como balcones que se unen por escaleras, casi al azar, sin ningún patrón definido. Me detengo analizando el sentido que podrían tener esos caprichosos diseños, y puedo ver gente que los transita. Están demasiado lejos para ver sus detalles, pero usan guardapolvos azules. Hacia mi izquierda las construcciones no son tan masivas, pero sus estructuras me son totalmente llamativas.  Aunque ya más cuadradas que el hongo, parecen cubos apilados sin mucho esmero. En algunos casos veo grandes estructuras apoyadas sobre casas  endebles, y hasta diría yo, precarias. En otros veo tanques tubulares rematados en bloques de hormigón, y todas estas edificaciones, llenas de escaleras y pasillos externos unidos por puentes de todos los tamaños.
Hasta el momento la calle había permanecido desierta, pero aparece doblando por la esquina a mi izquierda, un vehículo muy extraño. Parece un auto sin ruedas, que se deslizara sobre la cinta asfáltica de algún modo. El chasis de latón de un color crema despintado llega hasta el piso, no se ven ruedas, aunque por el sonido a pisada neumática las debe tener, sólo que dentro de su estructura. El vehículo es cilíndrico y termina en una especie de pollerita vinílica llena de inscripciones verde fluorescente. Parecen caracteres chinos, pero algo me dice que no lo son. Me distrae del espectáculo un hombre que pasa por la vereda de enfrente. Intento incorporarme un poco de mi posición pero no encuentro el comando de mis movimientos. No es ningún tipo de parálisis porque al despertar recuerdo haberme incorporado hasta quedar sentado, pero ese movimiento no fue volitivo. Ahora que quiero pararme, mi voluntad no afecta a ninguno de mis músculos. Emitir sonido con mi voz, también es imposible. Me causa alivio saber que respirar es automático porque si de mí dependiera, ya no podría seguir haciéndolo.
El hombre se detiene frente a una especie de cabina pequeña de no más de un metro y medio de altura y uno de ancho. Allí se agacha y con bastante dificultad se arrodilla en su interior. Ahora puedo ver un acolchado plástico en el piso y dos concavidades estrechas al frente, donde el hombre introduce sus brazos. Por último se inclina hacia adelante apoyando la frente en una almohadilla especialmente diseñada para que calce, y se enciende una pantalla que abarca todo el fondo de la cabina.
El hombre opera con las manos sobre la pantalla, siempre con la frente apoyada en una posición similar a la que adoptan los fieles en una iglesia cuando se hallan en profunda oración. Parece ser un cajero automático de despiadado diseño. Ojalá pudiera comunicarme con ese hombre, para saber dónde estoy y qué es todo esto.
El hombre finalmente se incorpora y sigue su camino para desaparecer de mi vista al doblar por la esquina de la derecha. Sólo entonces reparo en esa esquina. Un gran velo de humo blanco o quizás niebla, impide ver más allá.
Mi ropa es una especie de mameluco azul, demasiado estrecho para mi volumen corporal. A pesar de mi extraña vestimenta soy yo. De eso no hay dudas. Pero cuál yo. El de los sueños. El de los viajes astrales. El de las sobredosis, o el que aún no ha nacido; el muerto.
Reconozco que me resulta familiar esta sensación de saberme muerto. Ido. Terminado. Apenas presenciando un residuo de consciencia, mezcla de recuerdos inconexos con abstracciones de imágenes nunca vistas, antes de desvanecerme para siempre, o hasta el próximo chispazo de energía cósmica que queda atrapada en sí misma buscando una salida hacia adentro, y atrapado en sus continuos vórtices vuelvo a desplegar en una nueva emanación o mundo creado, o sea artificial, hasta agotar mi carga.
En el edificio con forma de hongo comienzan a encenderse de a poco sus luces interiores. El gris del cielo ya es casi negro. Y me aterra el sólo pensar que la noche me va a atrapar acá tirado. El silencio ahora es total. ¿Me habré quedado sordo? No, porque escucho una especie de motor o generador en algún lado, no muy lejos. 
Estos momentos de eternidad ilusoria presagian algo, eso lo sé. Tengo experiencia en esto de escapar de un mundo hacia otro y puedo oler que estoy en un limbo. Un espacio intermedio. Un nodo desierto, sin vida ni consciencia. Puras imágenes oníricas. Un nodo que siempre se puede atravesar airoso; sólo lleva un poco de adrenalina y una buena medida de temple. Hay trampas espacio temporales aún peores que la muerte.
La noche revela en el cielo bajo, las luces de algo artificial y estacionario allá arriba. Es una estructura compleja, apenas visible entre las nubes. Algo me dice que eso es una iglesia y estallo en carcajadas, porque no tiene nada que ver con una iglesia. Eso es un interminable enjambre de cubos transparentes como habitaciones vacías, apenas iluminadas por tubos fluorescentes en la mayoría de los casos defectuosos, que parpadean por intervalos irregulares. Eso, sea lo que sea, debe ser un error. No puede estar ahí suspendido ocupando casi todo el cielo. Quizás sea una imagen de otro mundo convergente filtrándose en este. A diferencia de todo lo demás parece estar generando energía propia. _Quizás encuentre la forma de llegar hasta allá_, pienso mientras intento desesperadamente que esa niebla se acerque hacia mí. _Este lugar es la antesala del final, es lo último… Quizás me disuelva a tiempo esta vez.
Desde la esquina opuesta a la niebla que ahora avanza lentamente por intermedio de mi voluntad, aparece otro de esos extraños vehículos. Se detiene y bajan unos tipos sin cara, de uniforme amarillo. Se paran frente a mí y los oigo hablar entre ellos. De algún modo puedo interceptar sus voces.
_Es un 911_ dice uno de ellos haciendo vibrar el vacío de su rostro. Y el otro replica_ procedan señores_. Entonces todos sacan sus armas y disparan. Siento los impactos. Me abandono a la muerte. Lo último que veo es la iglesia asomando allá arriba, entre las nubes. Puedo oír sus carcajadas. Ahora arrojan mi cuerpo junto a los demás en la patrulla y arrancan  a toda velocidad en dirección hacia la niebla.  




Eugenio J. Cáceres