El recital se había suspendido por
disposición policial. Sabíamos que esto podía suceder. Los conciertos de metal
eran una amenaza para la sociedad. Corría el año mil novecientos ochenta y ocho.
Era
un concierto en el cual iban a tocar tres bandas, Exocet, Abaxial y
Destrucción, en una sociedad de fomento cerca del cementerio, a veintitantas
cuadras de nuestro barrio. Ahí estábamos, el negro Mimbre, compañero del
secundario. Jeringa conocido del barrio, con dudoso prontuario. Y el Araña, a
quien habíamos conocido en la peatonal una tarde que nos habíamos rateado del
colegio. Él fue quien nos había iniciado a Mimbre y mí, en el metal.
Las
luces de los patrulleros nos urgían a alejarnos del lugar. En las calles
aledañas, acechaban los grupos de pibes que se negaban a dispersarse. Yo sabía
qué venía luego. La exasperación, sumados al alcohol y la indignación,
reubicarían el objetivo original de sus ánimos y se enfocarían en combatir la
ley. Era una guerra de guerrillas en las que los patrulleros saldrían averiados
a piedrazos y los heroicos combatientes del metal, terminarían siendo
emboscados por el camión celular, casi siempre cuando el día empezaba a
clarear. Pero esta vez, la noche recién empezaba para nosotros, aunque ya eran
las dos y media de la madrugada. El barrio estaba tan muerto como ese
cementerio que se asomaba allá, en la otra esquina, lejos de los patrulleros.
Las
casas silenciosas y oscuras, parecían haber sido abandonadas. A nuestro paso,
se oía sólo algún que otro perro ladrar. Queríamos salir del barrio para ir al
centro de Lomas o Banfield, pero no pasaba ningún colectivo por ningún lado.
Tomamos
por la calle del costado del cementerio y fuimos bordeando el paredón hacia el
otro lado; quizás por la otra avenida, a más de diez cuadras, pasara algún
colectivo.
Nuestros
pasos resonaban sobre el empedrado y se duplicaban contra el paredón.
Parecíamos una verdadera horda infernal rondando el cementerio, pero en
realidad seguíamos la única dirección que nos dictaba nuestro sentido común. Y
este nos decía que debíamos alejarnos de donde todavía destellaban las luces de
las patrullas que no cesaban de molestar. Y molestaban tanto, que habían condicionado nuestro actuar, de lo contrario habríamos
cruzado por donde estaban los patrulleros y habríamos salido al Camino Negro,
donde pasaban colectivos toda la noche. Pero no. Ahora estábamos haciendo el
camino más largo, por el lugar más peligroso, y para colmo, teníamos que cruzar
“Los Caranchos”, la villa de atrás del cementerio, para recién entonces salir a
la otra avenida, ya en Lanús oeste.
Los
focos de la calle por la que caminábamos comenzaban a espaciarse y su luz
bajaba en intensidad volviéndose amarillenta.
Allá
donde empezaba “Los Caranchos”, unas vacilantes luces azules y rojizas, en lo que parecía
ser una casa humilde, como cualquier otra, nos llamó la atención al instante.
_Eso
parece ser un puterío_ dijo Jeringa, que por su edad, tenía mucha más calle que
el resto.
_¿Un
cabaret? _preguntó ingenuamente Mimbre.
_No,
negro, los cabarets son para turistas, y no creo que ningún turista venga hasta
acá a visitar "los caranchos"_ explicó Jeringa, mientras todos reíamos por la
ingenuidad de Mimbre, y también, quizás, debido a cierto nerviosismo que nos
causaba el saber que indefectiblemente terminaríamos entrando allí. El dinero de la entrada del
recital todavía estaba intacto en nuestros bolsillos, y sabíamos que aquél
lugar además del encanto de la oferta de sexo barato, debía vender bebidas, y
todos, a esas horas de la madrugada, queríamos emborracharnos; y si eso era
rodeados por mujeres en portaligas, pues, mucho mejor.
Así
que allá fuimos. El Jeringa encabezaba el grupo haciéndose cargo de nosotros
como lo haría un hermano mayor.
En
el porche de la casa, un cartel luminoso, en
azul, como el de las cocherías, decía “La Trampa”. Adentro sonaba música melosa, con saxos tipo Fausto Pappetti, desde una rockola gigante. En la puerta un tipo nos
recibió de inmediato.
_Hola,
bienvenidos. Pasen, pasen por acá _era el típico pelado con melena, tenía unos
pequeños anteojos redondos con unos bigotes que le tapaban la boca hasta la
pera. Daba la sensación de hablar sin mover los labios_. Pónganse cómodos, que
ya vienen las chicas.
Sólo
entonces noté que allí no había nadie y que el lugar con su
mini bola de espejos, las luces de neón y la música, en realidad adornaban una
habitación vacía, porque al parecer las mujeres estaban en el fondo, en un
patio al aire libre.
El
tipo de bigotes nos señaló un sillón de cuero grande en un rincón, dónde una
luz negra enrarecía los rasgos y destellaba en nuestras remeras. Mimbre tenía
una de Anthrax blanca con letras rojas, Jeringa tenía una remera de
Exploited negra con letras amarillas, y el Araña, por su parte, una de V8. Yo una
de Maiden blanca sin mangas, con la ilustración del Eddie de Powerslave.
Oímos
venir un arduo taconeo sobre baldosas flojas, y nuestra sangre se nos agolpó en
las sienes. Nos miramos expectantes, mientras el tipo de bigotes nos acercaba
una bandeja con una botella de cerveza y cuatro vasos. Para cuando las chicas
entraron en el cuarto, ya estábamos brindando y pidiendo otra.
_Bueno_
dijo el tipo_, ella es Yamila. ¿Qué les puedo decir? Una experiencia
inolvidable.
Avanzó
hacia nosotros una morocha de rasgos duros, grandes pechos y cadera pequeña.
Nos saludó con un beso a cada uno y se fue a sentar en la barra que había en la
esquina opuesta del cuarto.
_Esta
es Sofía. Aunque a veces es un poco violenta, ustedes saben... hay hombres que
encuentran en una mujer como ella, todo lo que buscan.
Y
caminó hacia nosotros una rubia pálida de rasgos malignos. Ella no nos saludó
con un beso como Yamila, sino que nos mordisqueó los labios y las caras, a la
vez que emitía unos suaves ronroneos. Mimbre le devolvió un par de tarascones
que la hicieron rugir como un felino salvaje.
_Y esta es Mary, la más inexperta de
todas, pero no por eso menos complaciente_ nuestro anfitrión descorrió la
cortina que daba al patio exterior, y entró una nena, un tanto crecidita, pero
una nena. Entre nosotros nos miramos y nos hicimos la muda promesa de no elegirla.
Mary nos saludo desde lejos, con la mano. Al igual que las otras, no llevaba
puesto más que una enagua transparente sin ropa interior; podíamos ver sus
incipientes pezones rosados y su sexo, apenas ensombrecido por un escaso vello
púbico. Era una niña de belleza inquietante, de esas con la que uno soñaba con casarse cuando era chico.
Al parecer Mary era la última. Las tres
se sentaron en la barra y desde allí nos tiraban besos y nos hacían guiños.
Nosotros nos dedicamos a beber, que era la urgencia más apremiante de esa
noche. El tipo de los bigotes nos servía una botella tras otra con una mueca
extraña en el rostro. Con mucha dificultad pudimos leer en el inescrutable
vacío que espejeaba como un vidrio sucio en su mirada, que el tipo nos sonreía
amablemente.
Y entonces llegó el momento en que había
que parar de beber y hacer cuentas. Ninguno quería irse de allí sin pasar con
alguna de esas chicas. El sexo llamaba, sórdido y salvaje. El perfume de esas
mujeres impregnaba el aire, y la desnudez y la oscuridad del lugar nos
invitaban a gozar sin culpa. Luego de hablar con nuestro anfitrión llegamos a
un acuerdo que nos pareció razonable, entonces nos dio una ficha verde para
cada uno.
_Ustedes le dan la ficha a la chica que
elijen, y pasan para el fondo.
Podíamos elegir, como verdaderos reyes,
como déspotas. El dinero nos daba el poder de elegir entre esas tres esclavas.
La idea no me desagradaba, sólo me escandalizaba un poco, pero no le iba a dar
muchas vueltas al asunto.
Mimbre le dio la ficha a Yamila y se fue
por la puerta del patio a la zona donde había tres pequeños cuartos. El Araña
pasó con Sofía, y el Jeringa y yo tuvimos que esperar, porque habíamos quedado
en no elegir a Mary.
_Adiós muchachos _dijo el Araña mientras
se iba del brazo de Sofía sonriendo como un dandy. A ella aquel gesto le
pareció tan gracioso que se echó a reír como una loca, tanto que terminó
mordiéndole el hombro. Pude ver una contorsión de dolor en su rostro del Araña.
Después, el tipo nos vino a ofrecer los
servicios de Mary, pero le dijimos que preferíamos esperar. Entonces salió a la
calle de nuevo a esperar por más clientes y nosotros quedamos solos con ella en
el mismo cuarto. Fue en ese momento que sentí el impacto de estar a escasos
diez metros del paredón de atrás del cementerio.
_Jeringa, ¿te diste cuenta dónde estamos?
_Estaba pensando en lo mismo, estamos muy
cerca de los difuntos.
La fonola dejó de sonar en la mitad de un
tema de Dyango, y un silencio pesado como miles de lápidas y crucifijos, frío de mármol y bronce, descendió sobre nosotros como una enorme palada de
tierra negra. El perfume que hasta hacía un momento nos había embriagado, ahora
dejaba su lugar a un fuerte hedor a humedad y encierro. El miedo nos tomó
por sorpresa en medio de aquél prostíbulo. Aluciné nichos abiertos, bóvedas; aquello
realmente me estaba reduciendo la libido a la nada. Para sacudirme ese hielo de
muerte, finalmente le di mi ficha a la Mary.
_¿Qué hacés?_ me preguntó el Jeringa
desde el sillón. Yo volví mis pasos y le dije al oído que se quedara tranquilo,
que no iba a hacer nada.
_Quiero apurar las cosas, porque me
quiero ir de acá cuanto antes_ le dije.
_Dale, andá. Te creo. Pero igual dale una
propina, porque sino por ahí la fajan. Y quedate un rato, sino van a
sospechar_ sin dudas, el Jeringa sabía de códigos prostibularios, así que
decidí hacerle caso.
La niña me condujo de la mano hacia afuera.
En el patio a oscuras se adivinaban siluetas, como bultos esparcidos debajo de
los árboles y entre las plantas. Cruzamos hacia un cuarto apenas iluminado,
más lúgubre y triste que un sueño premonitorio. Era la misma imagen de la
desdicha. En sus paredes se respiraba un futuro negro.
Había sólo una cama sobre la que colgaba un tubo fluorescente de un violeta nauseabundo.
_Mary yo no voy a hacer nada, pero tomá
acá tenés veinte. Sólo quiero charlar un rato.
_ ¿No te gusto?
_Sos hermosa, pero recién dentro de unos
años más yo podría verte atractiva en un modo sexual_ le dije mientras me
sentaba junto a ella en una esquina de la cama_. Sos tan chica como mi hermana,
y no te tocaría por nada del mundo, pero quedate tranquila que sos linda, muy
linda.
_Yo estoy acá porque me gusta. Siempre me
gustaron los hombres y soy muy buena en la cama. Y además me gusta mucho el
semen. Si no me das el tuyo, me voy a enojar_ dijo esa nena que ahora se
relamía como una vampiresa.
_No Mary, yo no me pienso sacar la ropa_ balbuceé
aturdido al comprender que sin dudas se trataba de una adicta al sexo. Esa nena no quería hablar conmigo, sino que quería mi semen, y según lo noté
apenas dos segundos después de haberla oído decir aquello, mi semen también la deseaba
porque se agolpó en toda mi zona genital, como si pugnara por ir con su
dueña que tanto lo deseaba. Pero eso no iba a suceder ¡No!
Me separé de ella y me senté en el otro
extremo de la cama, donde mi cabeza casi chocaba con el tubo fluorescente. De
una ojeada rápida, noté varios movimientos en el patio. Como si los bultos que
había visto antes, se alborotaran por mi inesperada conducta.
_ ¡Vos no entendés! ¡Vení, tocame! ¡Dejame
que te bese!
_No, Mary, no insistas.
Ella se subió a la cama de un salto y
gateó hacia mí. Se frenó justo antes de
tocarme con su nariz. Sonreía nerviosa. Luego se sacó la delgada enagua y
comenzó a mostrarme su cuerpo desnudo con un arte irresistible para cualquier
hombre.
Esa nena era el mismo diablo. Y cuando
ese pensamiento se formuló en mi mente, percibí un cambio en el ambiente. Ella
dejó de sonreír y me miró fijo. La frente se le abultó sobre las cejas, se le
hundieron dramáticamente los ojos, resaltando los pómulos, y las fosas nasales
se le abrieron de un modo exagerado. Froté mis ojos para restaurar la
percepción pero no fue suficiente, porque cuando los volví a abrir, además de
la extraña fisonomía animal de su rostro, llegué a ver detrás, una larga cola
que apenas se adivinaba, como sí esta fuera menos concreta que el resto. Debe
ser un efecto de la luz negra, pensé. Algo andaba mal. En ese momento un nudo
engendrado por el mismo terror se alojó en mi garganta, obstruyendo mi
respiración de un modo alarmante. Ella seguía mutando, podía ver su larga cola
barrer el piso de manera acechante. Entonces se lanzó con fuerza sobre mí, segura y dominante, como una experta cazadora, mientras con su boca
buscaba mi sexo. Ella lo estaba haciendo. Ella estaba haciendo algo que me
reducía miserablemente. Estaba paralizado.
Entre gruñidos, comenzó a succionar
por sobre el pantalón, desesperadamente. Y para mi total sorpresa, eyaculé casi
de inmediato. Recién entonces ella se calmó, saciada y satisfecha.
Aturdido, sin saber qué hacer con la
vergonzosa mancha húmeda y fría, que se pegaba a mi ropa interior, no
encontraba una explicación lógica a lo que estaba pasando. Lo que más me
preocupaba era la vergüenza de tener que salir así, humillado. Había prometido
no hacer nada, y había fallado.
Estaba yo debatiéndome acerca de qué
hacer para disimular la mancha, mientras Mary con su rostro transfigurado en
algo más, reía con verdadera maldad, cuando un grito de dolor, o terror, me
sacó de mis cavilaciones. Era un grito de hombre, y era estremecedor. Me asomé
a la puerta de la habitación, justo para ver al Araña corriendo desnudo, con la
ropa en la mano, a través del patio en dirección a la calle. De inmediato lo seguí,
y de otra puerta salió Mimbre a medio vestir, saltando en una pierna, tratando
de meter la otra pierna en el jean. Jeringa, que estaba en el sillón tomándose
un whisky, cuando lo vio pasar al Araña, salió detrás. Lo tuvo que correr por
el medio de la calle, y sólo lo pudo detener en la esquina. Por suerte la calle
estaba desierta.
Cuando por fin nos reunimos todos en esa
esquina, ya Jeringa había logrado que el Araña se calmara un poco y comenzara a
vestirse. Balbuceaba que Sofía lo había mordisqueado todo y que lo había
masturbado tan violentamente, que al eyacular lo único que había sentido era
dolor. Luego todos repararon en mi pantalón y se quedaron mudos.
_A mí me paso algo parecido, pero como no
quise desnudarme, se me vino encima y me chupó por sobre el pantalón_ dije.
_A mí me hizo acabar en el suelo, y
después se tiró encima y se lo tomó todo_ repuso el Araña.
_¿Y vos Mimbre? _preguntó el Jeringa que
nos observaba pensativo.
_No. Yo no pude hacer nada, simplemente
estaba acostado, medio hipnotizado, viendo como Yamila bailaba.
Se había puesto un vestido negro largo y una flor en la oreja, como una gitana. Cuando escuché
el grito del Araña, salí a ver qué pasaba.
_Hemos caído en una trampa, como lo indica
el mismo nombre del lugar_ dijo el Jeringa, mientras se sentaba en el cordón de
la vereda_. Una trampa infestada de íncubos, ubicada en un lugar muy
conveniente, cerca de sus verdaderas moradas.
_¿Qué estás diciendo?_ preguntó el Araña.
_Lo que digo es que esas mujeres
funcionan como recipientes vacíos, que los entes que moran en el cementerio
usan para alimentarse de nuestra sustancia vital. Supongo que esas mujeres no
saben lo que hacen, o quizás si, quién sabe...
_¿Eran vampiros? _preguntó el negro
Mimbre.
_No negro, los vampiros van por la
sangre, no por el semen_ repuse, tratando de seguir el pensamiento del Jeringa.
_Si lo pensás bien, el semen es la
sustancia vital más valiosa, ahí está concentrado todo lo necesario para
generar una nueva vida_ explicó Jeringa.
_Íncubos y súcubos... ¡pero eso es de la
edad media!_ replicó el Araña_. Estamos en mil nueve ochenta y ocho.
_Esto no se terminó acá. Ahí hay un
misterio por resolver. Cuando se animen tenemos que volver. Yo todavía tengo mi
ficha_ dijo Jeringa con una sonrisa desafiante, mientras nos mostraba su
nefasta ficha verde.
Volvimos al barrio en silencio, y ninguno
comentó lo sucedido con nadie en los siguientes días. Pero no había pasado ni
una semana, cuando el Jeringa me vino a buscar para que lo acompañara a “La
Trampa”.
Era una noche que hacía bastante calor y
el ambiente optimista de la gente en las puertas de sus casas tomando fresco,
me dio el coraje para aceptar su invitación.
Por supuesto que la salida nada tenía que
ver con el placer. Él iba a usar esa ficha como excusa para volver y observar
el extraño comportamiento de esas mujeres. Una vez en el colectivo, me animé a
contarle lo del cambio en las facciones de la Mary y él se puso muy serio.
_Voy a darle la ficha a la Mary así puedo
comprobar lo que decís. Porque con Sofía no me animo. Muerde. Y la otra que se
viste de gitana puede ser sólo una loca.
Pero ya desde el colectivo, al llegar al
final del paredón del cementerio, no pudimos reconocer el lugar. Había una casa
parecida, pero no tenía el cartel de neón y además estaba abandonada.
Bajamos en la misma vereda de la casa y
nuestros ojos no daban crédito a lo que veíamos. La puerta de entrada estaba
franqueada por un pequeño árbol que se retorcía en la columna del porche. Los
pastos tenían casi un metro de alto en todo el patio y las ventanas estaban
tapiadas con tablones.
Ese lugar llevaba años así.
_Bueno, esto lo confirma_ sentenció
Jeringa_ hemos caído en una trampa, y esto_ levantó en sus dedos la inverosímil
ficha verde_, es una prueba de que este mundo es mucho más complejo de lo que
parece. ¿Sabés cuántas trampas como estas deben aparecer y desaparecer en la
noche, alrededor de los cementerios?
_Jeringa...
_¿Qué?
_Tirá esa ficha.
_Tenés
razón.
Lanzó la ficha con violencia por sobre el
árbol que obstruía la entrada, y cayó dentro de la casa a través de un enorme
hueco en el techo. El impacto contra las lozas del suelo, se
multiplicó en un sonido burlón como de risas apagadas. Débiles risas de
mujeres sin alma.
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